viernes, 26 de noviembre de 2010

LUIS PASTEUR EL HOMBRE

La vida de Luis Pasteur es de una sencillez maravillosa, lo mismo que su obra, que demuestra una trayectoria perfecta del estudio de ciertas propiedades moleculares hasta los principios mismos de la humanidad. Pero no se puede explicar por el ambiente o el medio familiar o circunstancias externas, es decir, por los factores que más favorecen, según la tesis del materialismo dialéctico, a un talento para revelarse. Dole, donde nació Luis Pasteur el 27 de diciembre de 1822, en el hogar de un pobre artesano, es una ciudad agrupada en un valltranquilo de los montes Jura, donde se vive en una paz laboriosa y donde los rumores del mundo no disturban al ciclo secular las tareas cotidianas. Fue en Arbois y después de un primer viaje a París, en Besancon, donde se matriculó en la Universidad (1838) y donde empezó el adolescente a darse cuenta del prodigioso movimiento revolucionario de las doctrinas y de los métodos científicos y filosóficos que se propiciaron en la segunda parte del siglo XVIII. Por su marcada tendencia a la ciencia exacta, su potencia poco común de trabajo intelectual, su energía por perseguir en una serie de observaciones experimentales hasta que aparecen de manera indiscutible las causas y los efectos, él reunió todas las predisposiciones a la carrera científica, menos los recursos necesarios para ser independiente. Es por eso que se presentó al difícil concurso de entrada a la Escuela Normal Superior de París, en la rué d'Ulm, en la cual fue admitido como becario y trabajó en el laboratorio de los grandes químicos Jean Baptiste Dumas y Antoine Balard. Su primer descubrimiento fue relativo a la explicación experimental de la particularidad que presenta a separarse én dos sales el paratartrato doble sódico de «disimetría diversa y de acción inversa sobre el plano de polarización». Es el fenómeno de la polarización rotativa propia a moléculas de origen orgánico, como lo demostró Pasteur en presencia de los más ilustres hombres de ciencia: Francois Domínique Arago, Jean Baptiste Biot y Dumas, con quienes desde ese momento se ligó por la doble amistad de la identidad espiritual y del respeto mutuo. Ese primer éxito, muy modesto todavía, fue decisivo para el joven científico, quien se sintió estimulado por la certeza de aplicar un método de investigación fecundo que se puede definir por la numeración de los ensayos, la observación paciente al microscopio, de las fases y modificaciones de la experimentación, la búsqueda de los factores primarios y secundarios de ésa, la verificación por una serie nueva de pruebas idénticas de la hipótesis de trabajo y la iniciación inmediata de otra serie de estudios a fin de determinar las consecuencias posibles de las propiedades analizadas o de la relación existente entre el medio físico y las substancias sometidas a la experimentación. En otras palabras, es el método estadístico, o mejor dicho, del realismo operatorio hoy universalmeníe aplicado en la ciencia biológica. Es cierto que ya Arago y Claude Bernard habían fijado a grandes rasgos los principios de esa lógica científica, pero fue el mérito del joven Pasteur de darle todo su rigor. En esa época aparece en él la inquietud de lograr el conocimiento de las «leyes insospechadas que gobiernan el mundo del infinitamente pequeño». Al mismo tiempo que obtuvo los títulos más altos de la enseñanza superior, la agregación de ciencias físicas ( 1 8 4 6 ) y el doctorado en ciencias ( 1 8 4 8 ) , prosiguió en estudios en los laboratorios todavía muy pobres y casi improvisados de las Facultades de Dijon (1848), de Estrasburgo (1852) y de Lille (1854), los distintos modos de polarización rotativa. Por una extensión justificada en sí mismo, su atención se f i j ó más y más en los ácidos de origen orgánico y sus derivados hasta llegar a la noción de la presencia de «un ser activo, todavía ignorado, pero de tamaño microscópico, causante de las modificaciones específicas de esos ácidos». Sus trabajos le pusieron ya a la cabeza de la joven escuela de químicos, apasionada por la revelación del universo, tan alejado de la escala humana, de los «microorganismos», según el nombre genérico que les dio Pasteur por primera vez. Pasteur se reveló el más preparado para su descubrimiento. El tenía 31 años cuando en un informe a la Academia de las Ciencias, el mineralogista Senarmont le presentó como «dotado en lo suma de la facultad de concebir e imaginar, y de su contrario, la sabiduría Consciente- necesaria para observar y verificar», Por su nombramiento de director científico de la Escuela Normal Superior en París, en 1857, se cerró su carrera errante. Esa fecha marca la orientación nueva de sus estudios. En sus primeros trabajos sobre la fermentación láctica y acética llegó a afirmar la existencia cierta de «microorganismos monocelulares, de forma diversa, reproduciéndose por bipartición o esporulación, secretando substancias químicas Y a cuya actividad se debe un cambio molecular». Luego descubrió que los fermentos se multiplican en un medio aislado del aire, o no, según su categoría, y que su modo de propagación no puede ser otro que por el contacto, sea por el aire, sea por un medio físico cualquiera, definiendo así el contagio, conocido, por supuesto, antes de él pero solamente empíricamente y no por experimentación. Los estudios que condujeron a Pasteur a tales conceptos verdaderamente revolucionarios en su época, fueron debidos a motivos accidentales; el método que propuso él para combatir los electos de la fermentación o reducirlos a propósito, la «pasteurización», tuvo una importancia trascendental para la conservación de los productos lácteos y de los vinos, desde luego para toda la alimentación humana. Diez años fueron necesarios a Pasteur para fijar con una precisión matemática la doctrina de la fermentación y al mismo tiempo enfrentarse a la desesperada oposición de los partidarios de la antigua doctrina, muy cómoda por cierto, pero en contradicción con la realidad experimental, de la generación espontánea. La pasión con la cual se combatieron los alumnos y los opositores de Pasteur sobrepasó en violencia lo que se puede imaginar. La lucha idearía tuvo por escenarios la prensa, los laboratorios y hasta la Corte Imperial. Pero con el apoyo de una fracción cada día más extensa de los científicos de Francia y del extranjero, venció Pasteur y su autoridad no tuvo más que crecer por su energía tan tranquila de defender con argumentos experimentales su modo de investigación y los resultados así adquiridos, lo que de ciencia cierta sabía él que sería la verdad. El gran anfiteatro de la Sorbona, de la cual fue nombrado profesor en 1868, no pudo contener a la juventud ansiosa de descubrir con él el mundo nuevo de la microbiología. En la misma época, pero por mera casualidad, Pasteur obtuvo la confirmación de sus teorías por el descubrimiento del agente de la pebrina, una enfermedad del gusano de la seda, la cual constituyó Una amenaza mortal para la economía rural del Sur de Francia, donde se localiza la Producción de la seda. Una nueva y última época de la vida de Pasteur se abrió, en la cual él se convirtió en uno de los más grandes médicos de todos los tiempos, aunque no había hecho estudios de medicina. Mientras se publican sus primeras obras capitales «De la natura v del origen de la fermentación» y «Teoría de la fermentación» (1878) él está ya atraído por el estudio de «Los agentes patógenos de las enfermedades contagiosas» (1874) que por primera vez llama los «microbios » (1878).. Es la serie de los grandes descubrimientos: la vacuna contra el carbunclo, del cual Roberto Kock (1843-1910) había, revelado los esporos y descubierto la etiología, el tratamiento del cólera de las gallinas, entreviendo él la teoría de la inmunidad por la vacunación
preventiva, y por último, en 1885, el dramático éxito de la vacuna antirrábica, cuyo estudio se inicia en 1881. Por primera vez, él mismo aplicó el tratamiento, definido después de millares de cultivos y de inyecciones en los animales cuya
sangre presenta una afinidad molecular con la sangre humana, en
un ser humano, el joven pastor alsaciano Joseph Meister, herido
por varias mordeduras Y condenado a una muerte tremenda. El le salvó. Los últimos trabajos de Pasteur fueron consagrados al aislamiento del microbio de la difteria y a la preparación de la vacuna antidiftérica, que dirigió en el nuevo «Instituto de Bacteriología», especialmente construido para él y bajo su dirección (1886) La gloria de Pasteur en Francia como en el extranjero era ya inmensa. Ya en 1874 la Asamblea Nacional  consagró sus méritos, otorgándole una pensión vitalicia extraordinariamente alta. La Academia de Medicina le eligió a su seno. La Academia Francesa le recibió en 1881 con una inmensa demostración de simpatía y le contestó Ernest Renán, uno de los exponentes más ilustres del pensamiento filosófico. Nueve años después le tributó la Sorbona un homenaje grandioso, al cual asistió el Presidente de la República, lo que nunca se había visto antes. La delegación inglesa era encabezada por el cirujano Josuah Lister, quien descubrió la práctica de
la asepsia y de la antisepsia. Pasteur murió el 28 de septiembre de 1895, en su casa de Garches- Vil leneuve l'Etang, en las afueras de París. La traslación de sus restos al Instituto Pasteur fue seguida por miliares de hombres y mujeres enlutados, llegados de todas partes de Francia y del mundo. Y en verdad, el pueblo de Francia amaba a Pasteur como a un santo de leyenda, del cual se sabía que era más que un gran sabio, un hombre sencillo. Por convicción profunda y en recuerdo a su padre, Pasteur era siempre partidario de la democracia, «el único régimen político que permite al individuo dar sus esfuerzos mayores a la humanidad».
Fue un patriota sereno. Al estallar en 1870 la guerra entre Alemania y Francia, devolvió Pasteur su título de «Doctor honoris causa» a la Universidad de Bonn, no ciego de odio, sino porque «las matanzas mutuas deshonran a las naciones que están provocándolas por vano prestigio». Aunque en toda su obra siguió las reglas más estrictas del pensamiento positivista y luchó contra toda interpretación de losfenómenos biológicos por factores inverificables, como la teoría errónea de la generación espontánea, nunca negó la enseñanza religiosa que recibió de su madre; sostuvo en contra que «las entidades espirituales no pueden ser sometidas al conocimiento científico», y su muerte fue cristiana. Su vida familiar dio el ejemplo más alto del afecto a sus padres, del amor conyugal y del cariño a su hija María Luisa y a su nieto, por los cuales sufrió «todas las angustias de quien está conociendo los peligros que amenazan al organismo sin defensa del niño». La gratitud filial de su yerno, Rene Valery-Radot, se expresó en la primera biografía que le fue dedicada, la de su nieto, Louis Pasteur Vallery-Radot, en la edición de sus Obras Completas Y de su Correspondencia, así como en la publicación de varios ensayos, de los cuales el más reciente es «Pasteur desconocido». Es precisamente en su correspondencia con sus contemporáneos más ilustres: Arago, Ampare, Claude Bernard, Auguste Comte, Carlos Finlay, Pedro II de Brasil, Lister, Víctor Hugo, Ernest Renán, por ejemplo; sus alumnos Roux, Nicolle y tantos otros que no se pueden enumerar, y con gente pobre, anónima, que lucen sus cualidades humanas. Pero también tienen sus cartas, lo mismo que sus trabajos científicos, un eminente valor literario: su «Teoría de los Microbios» es una obra preciosa aún si se juzga solamente por su forma. Uno de sus biógrafos más recientes, André George, dio a Pasteur el merecido elogio de haber sido «el último humanista»; el inventor de la cirugía del corazón, el ya fallecido Profesor Rene Leriche, nunca habló de Pasteur a sus estudiantes de las Facultades de Medicina de Estrasburgo o de París, sin colocar a su nombre la palabra «inmenso». Pero, si en todas partes del mundo el recuerdo del hombre Y del sabio se ha materializado por obras de arte, su testamento intelectual permanece como una fuente de las ciencias de la vida.

lunes, 13 de septiembre de 2010

El Efecto Pasteur

Louis Pasteur
El efecto Pasteur se produce en microorganismos capaces de realizar metabolismo fermentador y respiración aerobia (anaerobios facultativos). En presencia de O2 utilizan la respiración aeróbica, pero pueden emplear la fermentación si no hay O2 libre en su medio ambiente. Pasteur fué el primero en observar que el azúcar es convertido en alcohol y CO2 por levaduras en ausencia de aire, y que en presencia de aire se forma muy poco o nada de alcohol, siendo el CO2 el principal producto final de esta reacción aeróbica. Este efecto indica el mayor rendimiento energético de la respiración sobre la fermentación.